El Internet de antaño era una tierra por descubrir. No estaba optimizado, ni estaba limpio, pero era hermoso a su manera. Una vez fuimos participantes activos en la frontera. Hoy en día, Internet se ha convertido en algo para ser consumido pasivamente. Ya no hay momentos de "ajá", sino que el motor del algoritmo nos alimenta con lo familiar y, a menudo, el equivalente al azúcar que se bombea a la corteza de atención. Recupera la aleatoriedad. Trae de vuelta la imperfección.