Hoy caminé por los pasillos del Congreso, no como espectador, sino siguiendo a un miembro. El peso de la historia se siente en el mármol, pero también lo hace el futuro. Cada conversación es una colisión de visiones y poder, ideales y concesiones. Sientes la amplitud de América aquí: el cabildero con un dossier lleno de estadísticas, el pastor con las escrituras en los labios, el CEO pidiendo apoyo para su negocio, el joven asistente que lleva en su cuaderno la política del mañana. Y sientes la profundidad: cada apretón de manos tiene siglos detrás, cada puerta cerrada podría moldear décadas por venir. La historia no es abstracta en estos pasillos. Está viva. Es ruidosa. Y si escuchas atentamente, puedes oír el futuro siendo redactado en tiempo real.
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