Los obstáculos que he enfrentado en los últimos años se suponía que me acabarían, pero en ningún momento consideré seriamente rendirme. Permanecer en el juego era la única opción, porque sabía exactamente por qué estaba jugando. La ruta cambió, pero el destino no. En contraste con una vida pasada en un cubículo que no solo elegí por miedo, sino que tampoco podía justificar dejar porque ese miedo. El trabajo en sí no era tan difícil. Me resultaba mucho más fácil en ese entonces en términos de cuánta energía mental necesitaba ejercer, pero aún así estaba al borde de colapsar cada día. El más mínimo tráfico al ir y volver de la oficina me hacía cuestionar toda mi existencia. Incluso tener que asumir 10 minutos de trabajo extra me enviaba completamente a una rabia interna, y todo era porque me traicioné a mí mismo al suprimir mis verdaderos deseos. Las circunstancias nunca importan tanto como la intención. Pequeños obstáculos pueden destruirte, mientras que grandes pérdidas pueden, paradójicamente, energizarte. Todo depende de cuán fuerte y pura sea la razón por la que estás aquí.