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El jefe de la ONU ha hablado, y su mensaje no podría ser más claro. Antonio Guterres ha declarado que la era de la soberanía nacional es un obstáculo para su visión de "gobernanza global."
En su discurso, Guterres expresa su indignación porque las naciones se atrevan a perseguir sus propios intereses, la misma definición del deber de un estado soberano hacia su pueblo. Enmarca esto como un colapso de las "normas globales", una crisis de confianza que solo un sistema global centralizado y reformado puede solucionar. Las instituciones construidas por nuestros abuelos, afirma, son obsoletas.
Pero, ¿qué está diciendo realmente?
Está diciendo que el estado-nación independiente y con intereses propios es un problema que debe ser gestionado. Está abogando por una transferencia fundamental de poder de los estados-nación a organismos globales no elegidos y no responsables. La llamada "Cumbre del Futuro" no se trata de cooperación; es una hoja de ruta para el control supranacional, disfrazada con el lenguaje de "igualdad" y "solidaridad."
La visión de Guterres es el sueño globalista definitivo: un mundo donde las leyes y fronteras de tu país son subordinadas a un marco "actualizado" dictado por la ONU. Esto no se trata de construir un mundo más seguro; se trata de desmantelar los últimos vestigios de la autodeterminación nacional en nombre de un "futuro compartido" por el que nadie votó.
La máscara ha caído. El impulso por un gobierno global ahora es explícito.
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