Una de mis cosas favoritas de Nueva York es que es una paradoja. La ciudad más densamente poblada de América, pero también te da la mayor privacidad. La ciudad más rica de América, pero es difícil saber quién realmente tiene dinero. Ves una casa adosada en un vecindario popular. No tienes idea si alguien es dueño de todo el edificio, o si está alquilando una unidad de estudio en uno de ellos. Podría valer millones o estar estabilizada en $2k/mes. Genial de cualquier manera. Todos se ven similares por fuera y al pasar, así que a nadie le importa molestarte. Todos se enfocan en sus propias vidas. Mira a tu alrededor. No sabes si el tipo en la bicicleta Citi es un fundador de 8 cifras o un analista de nivel inicial. Hay un hombre mayor en traje sentado al lado de un chico más joven en camiseta y pantalones de chándal. ¿Quién es el rico? Tal vez ambos o ninguno. No se puede saber, a quién le importa, y de nuevo, no importa. Todos están caminando a algún lugar. Todos tienen lugares a los que ir. No hay estatus, ese es el estatus por defecto. La ciudad siempre está en movimiento, así que hace que todos se sientan pequeños de la mejor manera. En otras ciudades, tal vez alguien se presume teniendo un 911 en lugar de un Camry. Casa en las colinas rodeada de cámaras en lugar de un suburbio sin acceso. Pero en Nueva York, solo eres parte de la sociedad como todos los demás. Intenta llamar la atención, nadie realmente tiene el tiempo o el interés para dártelo. Todos tienen su propia idea de estatus, así que dejas de intentar mantenerte al día con los Jones porque no existen. La gente está allí para perseguir sus propios objetivos y crecer para siempre. Ser increíblemente rico, un poco rico, o no tan rico. Ser lo que quieras ser. Recibir el mismo acceso a la energía de la ciudad sin importar quién eres. Sentir que siempre eres parte del flujo de la sociedad en cualquier etapa de tu viaje personal. Ser tú mismo.