La Revolución Americana no comenzó con un plan de políticas de cinco puntos. Comenzó con una simple negativa: “No nos perteneces.” Un impuesto sobre el papel y el té fue suficiente para encender una mecha porque la gente aún entendía que incluso las pequeñas cadenas provienen de la misma forja que las pesadas. Hoy te imponen impuestos sobre tus ingresos, tus compras, tu hogar, tus ahorros, tu muerte, y te dicen que esto es normal, maduro y civilizado. Te registran en los aeropuertos, te espían a través de la recopilación masiva de datos, te censuran bajo políticas de “seguridad”, te reclutan en guerras culturales que nunca pediste, y luego te entregan una bandera y te dicen que debes estar agradecido. Si los fundadores vieran este nivel de conformidad, pensarían que los Redcoats ganaron. La libertad es la demanda viva de que el espíritu de 1776 aún se aplica. Ningún rey, ningún parlamento, ninguna agencia, ninguna administración posee tu vida, tu trabajo o tu voz. Si esa idea te parece “extrema” ahora, eso dice más sobre lo lejos que hemos llegado que sobre la idea.