Frank Gehry falleció hoy. La mayoría de la gente le conoce por las curvas salvajes, la inspiración en papel arrugado y las pieles metálicas de sus edificios, pero hay una historia más interesante detrás. Lo que la mayoría de la gente no sabe es que su oficina estaba llevando la forma y la fabricación tan lejos que las herramientas arquitectónicas existentes simplemente se rompieron. El software convencional no podía modelarlo. Los fabricantes no podían fijarle precio ni construirlo. En lugar de retroceder, construyeron nuevas herramientas. Gehry Technologies se convirtió en el facilitador silencioso de ese trabajo. Adaptaron software aeroespacial (CATIA), construyeron sus propias capas encima y las usaron para coordinar geometría, estructura y fabricación con un nivel de precisión que el campo nunca había visto. Detrás del espectáculo había disciplina de proceso. Demostró que si reformulas el proceso, puedes crear cosas que antes eran imposibles. A veces tu única opción es inventar las herramientas antes de poder construir el objeto en sí. Te guste o no cada edificio que diseñó, Gehry obligó a la industria a evolucionar. Y eso es un legado poco común.