Así es como funciona la mitad de nuestra ley laboral. Un trabajador quiere un empleo, un empleador quiere contratar, se estrechan la mano, y una avalancha de normas escritas por personas que nunca estarán en ese campo decide que el acuerdo es ilegal, inmoral o "malo para la sociedad". El salario mínimo prohíbe a los trabajadores de baja cualificación vender su tiempo a cualquier ritmo que les permita entrar. Las normas de licencias y visados indican a los adultos qué habilidades pueden vender, dónde y a quién. Todo se basa en la misma premisa: que políticos y entrometidos tienen derecho de veto sobre acuerdos pacíficos entre otras personas. Si eres dueño de tu cuerpo, eres dueño de tu trabajo. Si eres dueño de tu trabajo, tienes el derecho a intercambiarlo en los términos que elijas con cualquiera que también consienta. Toda ley que criminalice ese comercio sin un tercero perjudicado es un ataque a la autopropiedad.