No me veo como Bryan Johnson, sino como una colección de 68 billones de células. Más de la mitad de esas células (38 billones) son bacterias extranjeras. Alienígenas que yo acojo.  También hay varias versiones de mí. Hay una versión de mí que se siente enérgica y vibrante por las mañanas; hay otro Bryan a las 7 de la tarde que se lleva puesto desde el día. Hay una versión paterna de mí y demás. Cada uno de estos Bryan tiene una configuración fisiológica distinta. Mi cerebro intenta suavizar estas diferencias y contradicciones y fusionarlas en una sola identidad, pero los datos cuentan otra historia. He pasado los últimos años intentando caracterizar cada versión de mí. No es de extrañar que haya descubierto que los datos pueden explicar mis estados mentales y emocionales subjetivos. Explicando por qué me siento vivaz, o apático, o enamorado.  Hay firmas bioquímicas para todo ello. Lo sabemos, pero verlo hace que impacte de otra manera. Medirme y ver estos estados emergentes en tiempo real me ha llevado a ser especialmente reflexivo sobre los factores que influyen en mi experiencia consciente. Básicamente soy mis entradas. Cosas como el sueño, la nutrición, el ejercicio, el entorno, el estrés, los biomarcadores y las relaciones. Diseñando cuidadosamente estos proyectos, he podido crear más previsibilidad y control sobre mi existencia consciente. Antes parecía algo aleatorio, o como si fueran forzas ajenas a mi influencia, ahora gran parte de mi experiencia vivida se siente algorítmica. Aunque eso pueda sonar distópico para algunos, a mí me resulta liberador y empoderador.